Son finales de los años sesenta y un pueblo está a punto de ser ahogado porque el gobierno decidió construir ahí una presa. Los habitantes son exhortados, de una u otra forma, a abandonarlo todo y empezar de nuevo en cualquier otro lugar. Poco a poco las familias van sucumbiendo ante lo inevitable, salvo Violeta, quien se rehúsa a partir, abandonar a sus muertas, dejar sus raíces.
Es así que ella se convierte en la mirada testigo de todo lo que va sucediendo: la corrupción, la desolación, la tristeza. Con un espejo y un machete, ella camina por las calles del pueblo, por el cementerio, asiste a su trabajo en la iglesia y, sobre todo, resiste.
Con una maravillosa voz narrativa, Suzette Celaya Aguilar construye un universo contenido, en el que los personajes deambulan ante una realidad que se les está desvaneciendo, donde las violencias se ejercen desde distintos ángulos y, sin embargo, consigue mantener una luz que amalgama todo el desahucio que se avecina.